miércoles, 29 de mayo de 2013

Fábula de un país sin Dios y sin Ley

NOTA DEL BLOG: Realmente estamos en un reinado de cualquier epoca antigua , con todo y virreyes ,duques condes princesa, princesos y demas cosas que se supone Benito Juarez borró de Mexico en el cerro de las campanas cuando fusilaron a Maxi .

FUENTE: LASILLAROTA

Fábula de un país sin Dios y sin Ley

Había una vez un país muy lejano, pero muy lejano, donde se desconocía el temor  a la Ley. Eso era grave, porque el gobierno se declaraba laico. Tampoco existía el temor a Dios, y eso era grave, porque el 98 por ciento de sus habitantes, cada diez años, en el censo, se decía católico.

En ese país muy, pero muy lejano, predominaba una creencia ciega en la magia de las palabras. Sus funcionarios la practicaban todo el tiempo ante las cámaras y los micrófonos de los periodistas: cambiaban la nomenclatura para cambiar la realidad. Así, un intercambio de prisioneros entre el Ejército y un grupo de civiles armados se convertía en un simple ejercicio de diálogo fructífero, y listo, a otra cosa.
Como era un país muy grande, casi un imperio con 32 reinos, nadie temía que la Ley pudiera alcanzarlo, especialmente sus gobernantes. Fue célebre uno de ellos, por su modestia, pues saqueaba la riqueza pública en frágiles cajas de cartón, y por su buen gusto, expresado en 400 pares de zapatos, 300 trajes y mil camisas, todo, de las mejores marcas que podía ofrecer el mercado internacional.
Aunque tuvo reyes y emperadores, el país había abolido la nobleza. En realidad, con la magia de las palabras, la había sustituido por el peso del organigrama. Así, la hija golpeada de un funcionario de alto nivel no podía denunciar ante las autoridades al nieto de un funcionario de mayor nivel aún. De la misma manera que en la España antigua un Marqués tenía que someterse a un Duque.
Ah, pero la hija de un Marqués – digamos que un Duque era equivalente a Secretario de Estado y Marqués a miembro del gabinete ampliado- podía ordenar a los empleados de su padre cerrar la hostería donde la miraron feo, siempre y cuando el hostelero perteneciera a la clase de gente que se gana el dinero con su trabajo.
Como en todas las fábulas que se precien, los súbditos, convertidos en ciudadanos por la magia de las palabras, vivían en la pobreza e incluso con hambre, según acusaba el nuevo gobierno. Así que algunos maestros, de izquierda, decidieron pregonar con el ejemplo: secuestraron a dos niños para utilizar parte del dinero del rescate en una campaña política, como medio de ascenso social, pues en ese país, cosa extraña, no había político pobre.
La clase política, antes artífice de la simulación y el disimulo, se sacaba sus trapitos al sol, perdía la compostura y enseñaba al público, el cual se encontraba muy divertido, no digamos sus intereses, sino las costuras de su alma. En la derecha, insultaban a su líder; y en la izquierda, le invadían sus oficinas.
Claro que también había pasiones personales. Un ex presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, también de izquierda, mandó encarcelar a la mamá de sus hijos, quien previamente lo había demandado a él por pensión alimenticia. Sus amigos dijeron que todo era un montaje para dañar su imagen, porque en ese país lejano, también la izquierda practicaba la magia de las palabras y creía firmemente en sus efectos salvadores.
En ese país lejano. la izquierda era la que menos temía a la ley. Un delegado político que en sus ratos libres extorsionaba a constructores o vendía licencias de obra, tenía tan poco temor a la Ley que desacató la orden de un Juzgado para pagar lo que había comprado. Total, su máximo líder moral, había hecho lo mismo y lo premiaron con una candidatura presidencial. Sólo seguía un ejemplo.
Como los ejemplos de los gobernantes cunden, en las clases bajas también se le perdió el miedo a la Ley. La Prensa documentaba cotidianamente hechos impunes: “impotente, papá vio cómo 2 ladrones asesinaron a su hijo dentro del auto en el que volvían tras retirar 10 mil pesos del banco; asaltantes no se llevaron el efectivo, pero sí quebraron una familia”.
¿Y Dios? Como en ese país muy, pero muy lejano, ya nadie tenía temor de la justicia divina, ya nadie, especialmente los gobernantes, creía en los principios y los valores, en la honestidad y el decoro, Dios los había abandonado. Se rumoraba entre oficiantes de los más diversos cultos, oficiales y alternativos, que Dios estaba en México para desmentir un viejo dicho: “Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos”.
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Hermenegildo Castro OjedaSobre el autor Hermenegildo Castro Ojeda,
reportero y comunicador social. Tiene más de 30 años de experiencia en medios públicos y privados. En el sector privado, participó en la fundación de tres periódicos: como reportero en La Jornada, subdirector de información en La Crónica y asesor de la dirección en Diario 29, de Tijuana, Baja California. En los medios públicos, fue Director de Operaciones Internacionales de la agencia mexicana de noticias Notimex, y subdirector de edición del diario hoy desaparecido El Nacional. Entre sus experiencias como reportero se cuenta la cobertura de la guerra en Afganistán, la Segunda Intifada en Israel y el surgimiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional en Chiapas. En el ámbito de la comunicación política, fue Gerente de Prensa del Banco Nacional de Crédito Rural (Banrural), director comunicación social del Instituto Nacional de Migración (INM) y del Grupo Parlamentario del PAN en el Senado de la República y, posteriormente, del Senado de la República
Twitter: @Castrohermene

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