NOTA DEL BLOG:
¿COMO REACCIONARIAN EN MEXICO SI ALGO SIMILAR PASARA? ......UDS SABEN LA RESPUESTA POR AHÍ TENEMOS EL CASO DE PUEBLA DONDE EL GOBERNADOR @RafaGobernador Rafael Moreno Valle PAN y @SergioSCespedes Dip PRI
aprobaron practicamente los asesinatos oficiales con la #leybala LINK estrenandola con un muchachito de primaria que murió asesinado por las balas de la policia estatal de chalchihuacan Pue.
Con eso del racismo hay que ser muy cuidados para no herir susceptibilidades .en lo personal me vale un cacahuate si alguien se refiere a otra persona con los colores; la cuestion es que al menos yo en lo personal, no lo digo con burla sino como una forma rapida de hablar y ubicar a alguien por razas . No tengo problemas conque digan "ahi esta un café comiendo tacos, al lado del amarillo que come pescado con arroz,junto al blanco que se atraganta con un elote y una hamburguesa, enfrente del negro que come pollo junto al rojo que lleva el pavo.
¿COMO REACCIONARIAN EN MEXICO SI ALGO SIMILAR PASARA? ......UDS SABEN LA RESPUESTA POR AHÍ TENEMOS EL CASO DE PUEBLA DONDE EL GOBERNADOR @RafaGobernador Rafael Moreno Valle PAN y @SergioSCespedes Dip PRI
aprobaron practicamente los asesinatos oficiales con la #leybala LINK estrenandola con un muchachito de primaria que murió asesinado por las balas de la policia estatal de chalchihuacan Pue.
Con eso del racismo hay que ser muy cuidados para no herir susceptibilidades .en lo personal me vale un cacahuate si alguien se refiere a otra persona con los colores; la cuestion es que al menos yo en lo personal, no lo digo con burla sino como una forma rapida de hablar y ubicar a alguien por razas . No tengo problemas conque digan "ahi esta un café comiendo tacos, al lado del amarillo que come pescado con arroz,junto al blanco que se atraganta con un elote y una hamburguesa, enfrente del negro que come pollo junto al rojo que lleva el pavo.
"Lo que presencié en Ferguson fue algo espantoso"
Actualizado 14 de agosto del 2014, 12:08PM
Todavía me parece increíble lo que
pasó hace apenas unas pocas horas. Yo andaba tratando de evitar que me
alcanzara una nube de gas lacrimógeno que invadía una urbanización de
bellos jardines en el corazón de los Estados Unidos, mientras que unos
policías lanzaban a mi amigo y colega, el periodista Wesley Lowery,
contra una máquina de venta de refrescos, y luego lo detuvieron cerca de
allí.
Yo vine a Ferguson, Missouri, como parte de mi trabajo para Fusion,
buscando respuestas tras la muerte de un adolescente afroamericano por
las balas de un policía. Desde que llegué he procurado comprender algo
de la dinámica entre la comunidad y las autoridades locales, esperando
que cualquier perspicacia obtenida me sirva para explicar la tragedia.
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El presidente Obama pidió paz y calma a la comunidad de Ferguson, donde un joven fue asesinado por un policía.
Esta noche fui testigo material de dicha dinámica.
Una de mis fuentes me invitó a que
me reuniera con él en su vecindario, a pocos minutos de la tienda
QuikTrip, ya quemada y saqueada, donde decenas de jóvenes, en su mayoría
afroamericanos, se han reunido cada noche para protestar de manera
pacífica la muerte de Michael Brown Jr. El sitio no es muy lejos de
donde Brown murió acribillado por balas la noche del sábado pasado. Cada
noche han ocurrido altercados con la policía en áreas aledañas.
Una hora antes le había enviado un
mensaje de texto a Wesley, quien trabaja para el diario Washington Post,
para averiguar si se encontraba bien. Me respondió diciéndome que
estaba muy cerca en un McDonald’s. Intercambiamos algunas bromas y luego
me dirigí hacia Ferguson.
Mi experiencia cubriendo noticias
durante los últimos 12 años me han enseñado a no estacionar el vehículo
cerca del acontecimiento; de modo que estacioné a unas cuadras y me fui a
pie hasta el lugar de la protesta. Me encontré con una escena surreal:
música religiosa a todo volumen desde un altoparlante cerca de unas
mujeres que rezaban; un grupo de jóvenes bailando y cantando; y una
muchedumbre muy molesta, en su mayoría jóvenes afroamericanos,
burlándose de los policías que bloqueaban el otro extremo de la calle.
La imagen de cualquier persona
afroamericana retando a la autoridad es algo raro. Aún más extraño es
ver a la policía con cascos puestos, portando armas semiautomáticas,
cargando escudos y delante de vehículos blindados. Todo esto estaba
pasando a pocos metros de la pequeña urbanización digna de verse en una
tarjeta postal típica de lo que es el corazón de los Estados Unidos.
“¿Qué defienden ustedes?” preguntaba un manifestante.
“Ellos no quieren pelear; ellos quieren disparar”, decía otro.
“Mie#$% de cobardes”, dice un tercero.
Los policías se mantuvieron
silenciosos mientras la muchedumbre desataba su frustrada diatriba. Pero
sus acciones pronto servirían para expresar más que palabras.
A medida en que se acercaba la
puesta del sol apareció un helicóptero sobre el lugar y la atmósfera se
tornó cada vez más tensa. Los policías vociferaban mediante un megáfono,
dando órdenes a los manifestantes: “Favor retírense de los vehículos.
Mantengan una protesta pacífica. Necesitan alejarse del vehículo más
allá de los 25 pies. Aléjense, ¡AHORA!”
Uno de los policías se encaramó
sobre uno de los dos vehículos blindados y apuntó su fusil hacia la
muchedumbre, poniendo al grupo en la mira del fusil. Tomé una foto con
mi iPhone y sentí escalofríos al pensar que este hombre podía disparar
contra alguien más tarde.
De las decenas de policías alineados contra los manifestantes, sólo tres eran afroamericanos.
El resto, apenas visibles tras su
equipamiento anti-motín, parecían ser blancos. Uno de los policías
aguantaba la correa que frenaba a un perro pastor alemán.
En Ferguson, casi el 70% de los
residentes son afroamericanos y más o menos el 30% son blancos, según
los datos más recientes del Censo. La composición racial de la
muchedumbre era más bien 9:1 afroamericanos a blancos. Pero los
afroamericanos forman sólo el 6 por ciento de la fuerza policial.
Después de unos minutos, el sol se
ocultó tras los árboles y me preparé para el inminente enfrentamiento.
La policía local había estado tratando de disuadir contra las protestas
después del anochecer, y yo ya sabía que una confrontación sería muy
probable.
Gran parte de mi carrera como
periodista ha sido escribiendo sobre derechos civiles; muchas veces
escribí sobre los eventos de las décadas del 50 y del 60. Algunas de las
escenas que presencié anoche no se diferenciaban mucho de las cosas que
he descrito en historias de aquella época ya remota. Me sentí como si
que estuviera en una película.
Tal como si la puesta del sol fuera
un reloj, se oyó el estallido de un botellazo entre la muchedumbre.
Pronto se oyó retumbar la voz de la policía: “Esto ya no es una protesta
pacífica. Necesitan dispersarse ya.” Casi simultáneamente, y antes de
que nadie pudiese salir de la zona, la policía empezó a lanzar bombas
lacrimógenas hacia la muchedumbre.
Empezamos a correr. En otras
ocasiones había respirado gas pimienta y no tenía ganas de repetir la
experiencia. El gas se extendía rápidamente, más rápido de lo que
podíamos correr. Me empezaron a arder los ojos y la nariz. Me di más
prisa.
Resultó ser más difícil dispersarse
de los que yo esperaba. Con muy pocas opciones para conseguir una ruta
de escape, nos metimos por un parque para llegar al vecindario donde
vive la persona que me sirve de fuente. Nos fuimos a pie hasta su casa y
esperamos allí hasta que el disturbio disminuyera.
Después de más de una hora nos
atrevimos a salir para regresar al automóvil. El olor a gas lacrimógeno
se sentía levemente en el vecindario, al no estar tan lejos. Pero antes
de que pudiésemos salir del vecindario el olor se hizo más fuerte. Había
caído una bomba lacrimógena en la calle dentro de la urbanización—lejos
de cualquier protesta. El cielo todavía lucía encendido por el humo. En
la distancia cercana estallaban bombas lacrimógenas y granadas de
aturdimiento. Nos devolvimos hacia la casa.
Más temprano esa misma noche, antes
de dirigirme hacia este vecindario, había asistido a una rueda de
prensa convocada por Jon Belmar, el Jefe de Policía del Condado de San
Luis. Cuando le preguntaron sobre el uso del gas lacrimógeno por parte
de sus policías, Belmar les dijo a los reporteros que él no había
“encontrado otros medios que fueran efectivos para dispersar a la
gente”.
Belmar descartó la idea del toque de queda, diciendo que la gente sin ley “no va a prestar atención a eso”.
Pero claramente esto era un toque
de queda de facto que no distinguía entre aquellos que viven sin ley y
los residentes que obedecen las leyes. Parecía que la policía tuviera al
vecindario sitiado y que yo no podría salir de allí.
Pero sabía que al fin y al cabo yo
podría salir, a diferencia de los residentes de esta comunidad, quienes
han tenido que aguantar estas condiciones durante los últimos cuatro
días. Ya se me hacía más fácil ver por qué los residentes desconfían de
los policías a quienes se les ha designado servir y proteger a su
comunidad. Aquí no existe la buena voluntad.
Permanecí sintiéndome agitada
mientras esperaba salir del vecindario. Me enteré de que las cosas iban
peor para Wesley. Lo habían arrestado en aquel McDonald’s; aunque pronto
fue puesto en libertad, el incidente parecía ser prueba adicional de
que el departamento de policía operaba de manera inconsulta e injusta.
Durante el proceso, dos periodistas fueron detenidos de manera injusta,
junto con otros ciudadanos que no pudieron salir del restaurante con la
rapidez que exigían los policías.
Después de otra hora más, decidimos
intentar de nuevo salir del vecindario. Al acercarnos a la entrada de
la urbanización, una muralla de luces azules nos bloqueaba la salida.
Cuando tratamos de pasar, los policías nos dijeron que esperáramos
mientras que ellos atendían una situación. Después de más o menos 15
minutos el cruce quedó abierto y por fin pudimos llegar hasta el auto y
salir de allí.
Me quedé pensando, cómo es posible
que ciudadanos de Estados Unidos pudiesen ser tratados de esta manera.
Cómo tal maltrato será como un puñetazo para una comunidad que sufre en
carne viva la muerte de uno de los suyos. Me alejé de ese vecindario
rápidamente, ansiosa de alejarme de la fealdad de lo que acababa de
presenciar.
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